martes, 17 de febrero de 2009

La violencia bajo sospecha


Por Miguel Angel Pichardo Reyes

El discurso conservador contra la violencia
La violencia es uno de esos temas que tienen el don de la bilocación, sino es que el de la omnipresencia. Esta cualidad social no es gratuita, y lo primero que tenemos que hacer es sospechar de ella. La hipersensibilidad contra la violencia es una especie de tolerancia cero de rasgos paranoicos que consiste en describir y dar cuenta obsesivamente de todos los tipos de microviolencias, micromachismos y microfobias que se reproducen en la vida cotidiana, lo cual, más allá de favorecer procesos de transformación sociopolítica y económica, lo que hacen es domesticar el núcleo traumático y radical de la propia violencia, llevando a cabo una operación ideológica que neutraliza lo subversivo del significante para sumergirse en nimiedades que ocultan ese otro campo de posibilidad que lleva consigo cierta concepción radical de la violencia. Por eso partimos de esta sospecha que puede sorprender a una sensibilidad posmoderna de cierto perfil conservador, aun y cuando se esté en contra (o por eso mismo) de “cualquier tipo de violencia”, “venga de donde venga”.

Elogio pospolítico de la hipersensibilidad moral
Hace algunos años fui testigo del desarrollo de una discusión sobre los crímenes por homofobia, durante ésta se hacía una ennumeración exhaustiva sobre las diversas fobias que se dan entre los miembros del movimiento lesbico-gay-bi-transexual. Por ejemplo, se discutía si los homosexuales no eran ellos mismos bifóbicos porque discriminaban a los bisexuales por no definirse, o que los transexuales podían ser lesbofóbicos por reproducir patrones machistas de discriminación hacia las lesbianas, o más aún, uno podría ser les-bi-gay-transfóbico sin ni siquiera saberlo. Esto puede resultar cómico, irrisorio o caricaturesco, pero se puede llegar a este tipo de afirmaciones tan ligeras en pos de cierto vanguardismo mal entendido. Lo cómico de todo esto (y a la vez, lo trágico) es que los machos ahora tengan buenos motivos para revertir estas argumentaciones al plantear su “derecho al machismo”, asumiendo que el machismo es patrimonio cultural de la humanidad, siendo una identidad social de cierto tipo de hombres en peligro de extinción, y que la mayoría de las feministas son machofóbicas por no respetar sus derechos culturales y el derecho de las mujeres a escoger a un hombre machista, y ellos a una mujer sumisa y dependiente. Más allá de las supuestas razones, es de llamar la atención la bajeza del nivel del planteamiento, del análisis y de un posible marco teórico (sí es que existe). A final de cuentas todo se reduce a una lucha de posiciones, de puntos de vista, de descalificaciones morales, de un elogio pospolítico de la hipersensibilidad moral.

Emergencia de la anorexia teórica
Me parece que estas exageraciones no son aisladas, son exageraciones de un discurso superficial y banal que es sumamente pragmático. Frente a la ansiedad por clasificar las conductas, los “teóricos” contra la violencia realizan una serie de clasificaciones y descripciones bizantinas que rayan en la ingenuidad y en la anorexia teórica. En este marco lo importante es etiquetar, describir y diferenciar las etiquetas, sin antes poner en cuestión los marcos y categorías teóricas. El mal uso y el exceso de uso de ciertas teorías de género que tienen como cometido luchar contra la violencia, se entrampan en una vorágine de microluchas que finalmente no alcanzan a conceptualizar, ni teórica ni políticamente, las estructuras que soportan las desigualdades socioeconómicas del sistema sexo/género. Atrapadas en la descripción de comportamientos violentos, les cuesta trabajo concebir teórica y políticamente los procesos de subjetivación, el lugar de la violencia en el desarrollo cultural, y la asunción de un punto de vista estructural y crítico sobre este “problema”.

La lucha contra la violencia no es, desde esta hipersensibilidad panviolenta, una lucha político-ideológica, sino una lucha moral contra todo aquello que exprese el menor indicio de intolerancia, discriminación y violencia, ya que la violencia per se, es mala, y como tal, hay que erradicarla, como si de una cirugía para extraer un tumor cancerígeno se tratara.

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